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La heredera 5. Fin de la herencia

- Ah si? -dijo Marga entornando los ojos.

Yo estaba rojo de la vergüenza y solo atiné a decir, como queriendo exculparme:

- Es que lo de descubrir tu polla ha sido todo un invento.

- Pero hay que probar mas -dijo Marga- para que sepas si son las pollas en general o solo la de Pepa.

- Si, será cuestión de probar -dije sin convicción recordando la mamada que proporcioné la Lola, la esteticienne.

- Pues ea! -dijo Pepa-, esto hay que celebrarlo.

Se levantó y fué a por unas copas que trajo llenas de champagne y nos las dió. Se dispuso a brindar por una tarde muy placentera y tanto Marga como yo, casi a coro, dijimos que para las tres.

Bebimos de las copas mientras Marga levantó su mano poniéndola en mi cintura aunque de inmediato bajó hacia mi trasero.

- Mmm, que firme lo tienes. Habrá que probarlo.

Yo, para no ser menos, llevé mis manos a sus tetas, posándolas suavemente. Ante su delicioso tacto atiné a decir:

- Esto también, eh!

Un rato estuvimos mirándonos fijamente a los ojos mientras nuestras manos seguían explorando los respectivos cuerpos. Entre tanto Pepa echo la mano hacia el paquete de Marga, exclamando:

- Huy, Estrella... lo que te espera!

Luego, mirando a Marga dijo:

- No creí que tuvieras esto!

- Ya ves, chica, lo que te has estado perdiendo.

El manoseo que Pepa la estaba proporcionando en sus partes bajas hizo que Marga tornase su gesto y se deshiciese de sus rasgos angelicales para tener una autentica cara de felina dispuesta a devorar a su presa, aunque temí que solo quisiese a un presa en concreto. Así pues, lancé yo también mi mano hacia la polla de Marga y pude palpar lo que se adivinaba como una auténtica barra de carne que no mediría menos de 23 centimetros.

- Diosss! -exclame-, que polla!

- Seguro que la quieres mamar, a que si? -dijo Marga con voz mimosa.

Yo no pude menos que arrodillarme y llevé mis manos a sus piernas. Poco a poco fuí subiendolas bajo el vestido constatando el agradable y firme tacto de su cuerpo. Llegué a la ingle y metí una mano bajo el tanga. Allí estaba preso el cetro que estaba dispuesta a engullir. Me ayudé con la otra mano para subir un poco el vestido y bajar el tanga. Ante mi saltó como un resorte una polla larga pero bien proporcionada, con su capullo ya brillante debido al liquido preseminal.

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